Por Jorge Reales
Si un apelativo en el mundo de la música caribeña guarda una absoluta simetría, ese es el de Sonero Mayor, mote con el que se conoció al tremendo cantante puertorriqueño Ismael Rivera; y es que sin temor a equívocos, son pocos los intérpretes que han tenido la habilidad para realizar alegres y ocurrentes improvisaciones verbales, saliéndose del riguroso esquema rítmico que impone la clave, y volviendo a esta sin alterar la cadencia y armonía del ritmo salsoso.
En la década del 50 del siglo pasado, cuando en el Caribe y América Latina predominaba una música caracterizada por estar impregnada de pompa y fastuosidad en su elaboración, hecha para no lacerar el oído del público blanco que la consumía, y que fue impuesta y difundida principalmente desde la proyanqui Cuba batistiana, fue donde el Sonero Mayor junto a su entrañable amigo y compadre Rafael Cortijo (los dos fueron las principales piezas de la agrupacion Cortijo y su Combo) lograron atenuar la hegemonía musical cubana, y posicionar con toda autoridad y legitimidad dos de los ritmos autóctonos y además populares de la isla de Borinquen, la bomba y la plena, ambos heredados de los negros africanos esclavizados durante la invasión del imperio español al territorio Abya Yala.
Cuando las bombas y las plenas (ya para los años 60 y 70 en el género salsa) interpretadas por Ismael Rivera se afincaron en el medio musical, empezaron a ser perceptibles en el cancionero caribeño y latinoamericano las gentes de raza negra, sus sentimientos, sus valores, su cotidianidad barrial, y de igual manera sus congojas y sufrimientos, producidos principalmente por el “cáncer social” que significa su discriminación y victimización, motivadas históricamente por la falsa y anticientífica idea de su inferioridad racial.
Para ilustrar la primera de las afirmaciones figura como evidencia el fragmento: “Las caras lindas de mi raza prieta, tienen de llanto, de pena y dolor, son las verdades que la vida reta, pero que llevan dentro mucho amor. Por eso vivo orgulloso de su colorido, somos betún amable, de clara poesía, tienen su ritmo, tienen melodía, las caras lindas de mi gente negra” (Las Caras Lindas).
Por su parte, la victimización se puede observar en el fragmento “Mataron al negro bembón, hoy se llora noche y día, porque al negrito bembón todo mundo lo quería […] Y llegó la policía, y arrestaron al matón […] Y saben la pregunta que le hizo al matón, “por qué lo mató, diga usted la razón”, y saben la respuesta que le dio el matón, “yo lo maté por ser tan bembón” (El Negro Bembón).
En Maelo, como también se conoció a Ismael Rivera, brotó siempre un profundo amor por el ser de raza negra, tanto así que en ejercicio de sus metafísicas convicciones religiosas decidió acoger como santo de su devoción al Cristo Negro de la ciudad de Portobelo, en la zona Atlántica de Panamá a quien dedicó la canción “El Nazareno”. En razón de ello cada 21 de octubre desde 1975 y hasta 1986 (un año antes de su muerte), como parte de una promesa que hizo, acostumbró a caminar por las calles de aquella ciudad en la procesión que se organiza cada año en honor al santo. Cuentan testigos que en medio del ritual reverencial que hacía, se dirigía a la efigie del Cristo diciendo: “Es que Cristo muy blanco no pudo ser. Tuvo que ser así, como este”.
El Sonero Mayor nació en el popular barrio de Santurce, del municipio de San Juan, el 5 de octubre de 1931, y desde muy temprana edad tuvo que abandonar sus estudios para contribuir con el sostenimiento del hogar, ejerciendo el oficio de albañil, a través del cual conoció al maestro Rafael Cortijo, con quien a duo y al son de llana y cincel como instrumentos improvisados, atenuaban las duras jornadas que encierra el arte de la mezcla y el cemento.
Corría el año 1954 y el Sonero Mayor hacía parte de la prestigiosa Orquesta Panamericana, que amenizaba los bailes de los ricos en salones y clubes sociales de un Puerto Rico que empezaba a industrializarse y por ende a visibilizar el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. Ese mismo año Ismael (buscando sus senderos) renunció a la Orquesta Panamericana y decidió unirse al Combo que fundó Rafael Cortijo, formado en su mayoría por músicos negros y cuyo escenario principal eran los clubes nocturnos de las zonas marginales. Cuando al Sonero Mayor se le preguntó por las implicaciones de su decisión (la Panamericana significaba, además de prestigio, estabilidad económica), simplemente respondió: “Es que yo me siento bien con los negritos”.
Para el sociólogo Angel Quintero, profesor e investigador de la Universidad de Puerto Rico, esta decisión tuvo un profundo alcance sociológico, y a su juicio, fue el punto de partida para que los negros y mulatos de la isla se encargaran de determinar la identidad boricua. En su libro ¡Saoco salsero! o el swing del soneo del Sonero Mayor, indica: “Cuando el melao de Ismael Rivera empezó a resonar por allá por 1954, junto a Cortijo y su combo, Puerto Rico cambió. Negros y mulatos se apoderaron del Show business (lo menos importante) y de cierta forma de la identidad boricua. Fue allí cuando el ritmo de la bomba y la plena invadieron la televisión y permearon, con su irreverente cadencia, los espacios de la cultura y las formas de hacer música en el Caribe”.
La efímera vida del Sonero Mayor (56 años) estuvo marcada por dos hechos que en su ser tuvieron una profunda afectación emocional. El primero, su detención y reclusión junto a Rafael Cortijo (por posesión de alucinógenos) durante casi cuatro años en la ignominiosa mazmorra de Lexington en el Estado de Kentucky, Estados Unidos; este acontecimiento motivó su interpretación del considerado himno de la población reclusa del Caribe, “Las Tumbas” del maestro Bobby Capo: “De las tumbas quiero irme, no sé cuándo pasará, las tumbas son pa’ los muertos y de muerto no tengo na’ […] Cuándo yo saldré de esta prisión que me tortura, me tortura mi corazón, si sigo aquí enloqueceré”.
El segundo fue la partida final de su querido e incondicional amigo Rafael Cortijo en 1982, lo que le generó a Ismael una afectación en su voz y su retiro de las tarimas. Según la crónica El entierro de Cortijo de Edgardo Rodríguez Julia, la madre de Ismael, doña Margot, en aquel duro momento le decía: «“Ismael tengo que preparar un remedio para la garganta, esa es tu herramienta de trabajo”. Y él, afligido, respondía “no mamá, el maestro murió y se llevó la llave”».
*Les invitamos a escuchar el primer capítulo de nuestro podcast, donde conversamos con el autor de este texto:
Excelente viejo jorge. La pluma exquisita y la investigación exhaustiva… Un abrazo.
Gracias viejo Harold. De vuelta otro abrazo