Comentario del libro del mismo título, escrito por el investigador y profesor Rubén Darío Hernández Cassiani

Por: Nayib Abdala Ripoll y Waditt D. Abdullah

Esta obra abarca desde el origen, en la cosmovisión africana, de la cultura del pueblo afrocolombiano, destacando un poco  el caserío de San Basilio de Palenque y otros pueblos afros, para  mostrar sus luchas por el reconocimiento que influyeron en el resultado del proceso de paz colombiano que culminó en la Habana hace dos años y  puede servir para el que quiere estudiar la historia de la cultura y del desarrollo histórico de las diferentes poblaciones afrocolombianas, pero también puede desempeñar la función de un manual de registro de las leyes e instituciones que han venido conformando un legado de los reconocimientos que ha obtenido por medio de sus luchas, así como también la de una orientación para investigadores sociales que necesitan conocer las organizaciones con las cuales dirigen, de un modo autónomo, sus acciones políticas, sus seminarios,  congresos y reuniones.

Después de esta breve presentación, abordaremos ahora una rápida descripción del contenido. El libro es el resultado de una investigación que parece recoger las enseñanzas y las experiencias de toda una vida sobre el tema y por eso se abre con un capítulo (el segundo, después de la introducción) dedicado a exponer la propuesta guía de la investigación, de gran utilidad para los investigadores que se asomen al tema exigiendo el planteamiento del problema, el horizonte teórico, la planeación minuciosa de los pasos metodológicos y la cita completa de las fuentes de primera y segunda mano. Nosotros, como profanos, dejamos esa lectura, así como las conclusiones, al lector acucioso y preferimos pasar al valioso contenido, comenzando por citar el breve párrafo inicial de la introducción sobre el objetivo principal de la obra redactado con la maestría del autor para decir lo básico en la forma más breve y clara:

Esta investigación tiene como punto de partida las exigencias y vicisitudes del conjunto de organizaciones que integran el movimiento social afrocolombiano, negro, raizal y palenquero. En este sentido amplía el horizonte del conocimiento de su realidad como opción política de poder, para el fortalecimiento (desde abajo) de la democracia en Colombia y América Latina y el Gran Caribe a partir de la identificación de los factores que lo debilitan e impiden el cumplimiento de sus idearios y fines. (p. 7)

Ya aquí vemos que el libro no sólo es útil para los interesados en la historia y la cultura de los pueblos y de los movimientos sociales afrocolombianos, sino también para los estudiosos de las dificultades de la democracia en América Latina. Abarca lo que se entiende por población afrocolombiana y su lucha por sus derechos políticos y culturales, mientras traza una ruta epistemológica para la comprensión del movimiento social afrocolombiano como opción democrática.

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El capítulo tercero, que trata sobre los pueblos afrocolombianos y sus derechos, comienza con un estudio realmente ejemplar de los orígenes de la cultura africana en la cosmovisión religiosa yoruba, la cual abre el mundo lleno de significados del hombre postulando un dios creador, Olodumare, y presentando al ser humano como compuesto de tres partes, “Ara” o el cuerpo físico, “Emi o la mente-alma y “Ori” o la personalidad, sede del destino de la persona, lo que hace pensar que no existe la idea de libertad como libre albedrío, tal como la ve Occidente. El autor hace ver aquí, citando a Manuel Zapata Olivella, algo importante y es el papel central que juega la concepción de la familia como integrada por los ancestros, quienes acompañan a los vivos en su trabajo, lo que el autor interpreta de una forma muy ingeniosa, pues eso enseña que “el trabajo de los vivos debe enriquecerse con la experiencia atávica anclada en la tradición” (p. 34).

Este capítulo culmina con un estudio del desarrollo de las poblaciones afrocolombianas en sus ambientes propios y en sus territorios, pues será una constante de la obra apuntar que no se puede comprender el desarrollo de los movimientos sociales de estos pueblos sin tener presente la interrelación entre las poblaciones y los territorios, lo que prepara al lector para el recuento de las organizaciones e instituciones jurídicas adoptadas por ellos, las cuales, entre otros objetivos, tienen el de la conservación y el cuidado de los territorios.

Encontramos en ese estudio una visión diferente de la historia de la esclavitud, porque subraya aspectos que por lo menos los profanos no habíamos encontrado en otros enfoques. En efecto, el autor comienza citando un texto realmente importante, que conocemos por primera vez,  de Manuel Zapata Olivella (p. 29), en el cual el gran escritor invita a considerar el proceso de la esclavitud no sólo como un proceso de explotación, como es usual , sino también como un proceso en el cual el esclavo pronto inició formas de resistencia y de aprendizaje que lo convirtieron en un proceso de desarrollo cultural de ricas experiencias en minería, herrería, orfebrería, agricultura, ganadería, albañilería, cerámica, cestería, talla en madera, marfil y hueso, así como también en construcción de embarcaciones .

Esto nos recuerda la poca atención que se ha dado entre nosotros al estudio de las formas populares o comunitarias de trabajo de los pueblos latinoamericanos, pues los despreciamos al compararlas con formas de trabajo de pueblos supuestamente más adelantados. Ahora bien, justamente contra esta forma de pensar, el autor desarrolla a lo largo de varios capítulos de esta obra varias menciones de las formas de trabajos de los pueblos afrocolombianos, subrayando que dependen mucho de su particular relación con el medio ambiente y su territorio, motivo por el cual están enriquecidos por unas experiencias muy particulares. Nos parece que ya desde este momento el lector se va dando cuenta de la gran importancia que el autor da al territorio, como algo inseparable del pueblo afrocolombiano, tema que volverá a surgir a la hora de discutir la historia de la depredación que se ha venido ejecutando del territorio de estos pueblos y, finalmente, la historia de la lucha de esos pueblos por recobrar sus territorios.

La historia de la esclavitud la ve el autor, basado en Manuel Zapata Olivella, no sólo como un proceso salvaje de explotación, sino también una ocasión del esclavo para mostrar su capacidad de reacción. A partir de ahí se detiene acertadamente en otros aspectos que no habíamos visto antes entre los historiadores de la esclavitud, la cual, como resume el autor, fue también un proceso de “resistencia y de autoconciencia”, pues, dice citando a Antón y del Pópolo:

Este fenómeno (el de la resistencia del esclavo en forma silenciosa y digna, mediante el cimarronaje, para buscar “mecanismos de sobrevivencia”), obligó a romper con la conciencia ingenua y colonizada, para asumir una conciencia crítica y descolonizadora, que sería la semilla para la revaloración cultural, la búsqueda de la libertad, la conquista de la ciudadanía, la politización de la identidad y luego la lucha frontal contra el racismo y la pobreza. (p.29).

Es de notar que en todo este capítulo se trata justamente de mostrar cómo desarrollaron los pueblos afrocolombianos esa conciencia crítica, esa búsqueda de la libertad y culmina, al estudiar la situación actual, en la descripción de las formas como los pueblos afrocolombianos enfrentan actualmente la lucha contra el desplazamiento forzoso, el racismo y la pobreza.

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El capítulo cuarto comienza por exponer las formas organizativas ancestrales, a saber, palenques, cabildos y los grupos que en lengua nativa denomina: “kuagros”. Sin poder entrar, en esta breve reseña, en la descripción exhaustiva que el autor realiza, nos llama la atención la doble función, a la vez legal y ancestral- cultural, o tradicional y moderna (en el sentido de “funcional”), que cumplen las organizaciones del pueblo afrocolombiano.

Por ejemplo, esta doble función se encuentra al comparar una organización tan identitaria y tan arraigada en las costumbres y tradiciones como los “kuagros” con las “juntas” que las conforman. Por cierto que hace años nos había llamado la atención al leer una obra sobre Palenque de la antropóloga Nina S. Friedemann, que la organización por kuagros es como un movimiento comunitario que divide a las comunidades en pequeñas células para cumplir algunas tareas.

Mientras los “kuagros” expresan en su reglamento una especie de lo que el autor denomina (por cierto, empleando una expresión apropiada y afortunada):” pacto de vida” (p. 99), las juntas, en cambio, se forman para atender específicamente asuntos particulares, como situaciones críticas, de enfermedad, muerte o de conmemoraciones de los kuagros y por eso tienden a desintegrarse una vez cumplido el objetivo particular para el que fueron conformadas.

En general, en algunas organizaciones las juntas adoptan reglamentos especiales que les permitan trascender su papel de juntas comunitarias palenqueras  y funcionar simultáneamente como organizaciones institucionales reguladas por el Estado con base en la ley 70 de 1993. Se trata entonces de” organizaciones de base”, registradas ante el Ministerio del Interior para facilitar el acceso a espacios conquistados por la lucha del movimiento afrocolombiano por sus derechos.

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El capítulo quinto comienza con la exposición de las normas constitucionales que regulan la participación política de las comunidades. Está convencido de que fue la existencia de un “sistema político elitista, avasallador y negador de derechos” lo que desembocó en un conflicto social armado para cuya solución fue convocada una Asamblea Nacional Constituyente en 1991, sobre cuyos resultados se detiene el autor un momento para luego pasar al análisis de la ley  70 de 1993, la cual desarrolló el artículo transitorio 55 de la Constitución camino que conduce al reconocimiento de los derechos de las comunidades negras y sus organizaciones. Mediante esa normatividad se establece el importante reconocimiento de la diversidad étnica y cultural del país, así como el derecho a la igualdad de todas las culturas, el respeto a su integridad y dignidad y la participación de las comunidades negras y sus organizaciones en el proceso de decisión de las medidas que las afectan.

También se detiene en el análisis de la ley 649 de 2001 que les permitió la ocupación de dos curules en la Cámara de Representantes, pero luego señala que, a pesar de que llegaron a ser elegidos dos representantes de las comunidades negras para ocuparlas, por carecer de arraigo cultural esos representantes no lograron mantener la alta votación que ganaron al principio. El hecho de que se les haya asignado en principio dos curules en la Cámara y ninguna en el Senado es para el autor una muestra de que entonces no se reconoció el puesto significativo de la población afrocolombiana en relación con la totalidad de la sociedad y refleja la indiferencia del Estado con respecto a la “enorme deuda histórica” que tiene con las poblaciones descendientes de los africanos y concluye que hace falta que se respete y aplique el principio de proporcionalidad y favorabilidad para las comunidades que han sufrido lo que denomina un “daño estructural” por prácticas invisibilizadoras y excluyentes a las que fueron sometidas a lo largo de los siglos.

 

Desde el Proceso de Comunidades negras y en las conclusiones de un congreso realizado en Quibdó en el 2013 se impulsan iniciativas para promover la participación política con identidad. Y lo que es más importante, se ha planteado la construcción de un movimiento político que trascienda la circunscripción especial y que luche por una auténtica democracia participativa, sobre cuya orientación programática se concentra el autor indicando, entre otros puntos, el del compromiso de preservación del territorio, el de un modelo de desarrollo que fomente prácticas productivas en armonía con la conservación del territorio y el importantísimo, de una política de empleo que considere el problema de la economía informal  e impulse formas de economía solidaria rural y urbana, así como comunitaria.

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El movimiento social afrocolombiano es una síntesis cultural de la “colectividad étnica de raigambre africana”, que tiene varias dimensiones: la ontológica, la humanística, la ético-política y la pedagógica. Las cuales entra el autor a definir con cuidado. Se trata, pues de un enfoque multidimensional, en cuya exposición no podemos detenernos dados los límites de una reseña, pero si se puede señalar a grandes rasgos que dicho enfoque permite conceptualizar el ser afrocolombiano como sujeto de derechos que no es una sustancia o cosa sino un conjunto de relaciones políticas, culturales, sociales, económicas, territoriales y ambientales que hay que tener en cuenta para la comprensión de los desafíos que plantea el postconflicto.

Ahora bien, para permitir el empoderamiento de un ser tan multidimensional se necesitan procesos pedagógicos de recreación y socialización del mundo cultural. Se necesita indagar en la memoria colectiva de esos pueblos teniendo en cuenta su conformación de carácter grupal. En la etapa de postconflicto el enfoque multidimensional permite construir una especie de diálogo para el conocimiento de situaciones nuevas que desafían la comprensión de los pueblos en transición. En esta forma se podría construir una ruta metodológica más adecuada para romper con la herencia colonial, fortalecer la autonomía y la autodeterminación del movimiento social afrocolombiano y recuperar su dignidad como colectividad.

Foto: Rafael Bossio

 

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