Por: Waditt Diazabdullah y Nayib Abdala
Fotografía: Edwin “Bob” Patiño.
En el “Caribe”, palabra que el humanista cartagenero Ramón de Zubiría asociaba con las palabras amor y alegría y tierra que para los estudiosos y amantes de la música es también la del ritmo y la sonoridad (1), el cuerpo es sumamente importante como instrumento de comprensión de las formas de vida. Parece haber allí un trasfondo corporal de las acciones que es invitación a compartir ese ritmo y esa sonoridad. Sin embargo, en el Caribe también se ha vivido la sensación de desamparo y de inseguridad general en todos los países de Latinoamérica que han pasado por un período de postconflicto.
El postconflicto es la época del auge de numerosas pandillas de jóvenes sin patria ni ley, durante cuya formación aumentan los asesinatos por sicariato y parece que las autoridades “tiraran la toalla”, y miraran para otro lado, a pesar de que cada día la sociedad las provee de nuevos equipos, motos, carros, armamentos y reglamentos.
La reacción general de las comunidades es naturalmente la de salvar la vida, pero además hay una sensación de que los atracos y asesinatos suceden tan cerca que la sociedad a veces parece acostumbrarse a esta cercanía. Frente a esta “cercanía”, parece urgente reflexionar sobre la necesidad de un distanciamiento tanto en el sentido físico, como en el sentido cívico o moral, como una regla necesaria, en circunstancias de riesgo y peligro, si realmente el Caribe es tierra que ama la vida, no sólo la vida biológica, sino también la vida de la comunidad.
El modo de relacionarse con uno mismo, así como también los modos de relacionarse con los otros están encarnados (corporalmente) en toda cultura, no solo en el Caribe, según el filósofo Charles Taylor. En la manera de proyectarse en el espacio público está implícita la actitud de las personas hacia el mundo y hacia el otro: machismo, intolerancia, timidez, respeto o desprecio o frialdad: incluso se puede comprender, aunque no estén completamente articuladas por un lenguaje, si la actitud y la acción son justas. Por la distancia a que se mantiene una persona de otra o por la forma como se calla cuando la otra comienza a hablar, se puede comprender, según Taylor, si tiene cierta deferencia hacia ella o no.
Así que la actitud del distanciamiento puede expresar además de deferencia con la otra persona, en casos de emergencia como la actual, una actitud corporal de respeto a su vida y a sus derechos. Tal vez por eso los Nazis trataron de mostrar su desprecio a los judíos prisioneros eliminando toda distancia entre ellos, por ejemplo, en los trenes, donde tenían que hacer sus necesidades fisiológicas a la vista de los demás y compartir sus desnudeces.
Entre nosotros, ciertos movimientos políticos retienen las cédulas de los ciudadanos para asegurarse de que cumplan con su promesa de votar por determinado candidato previa la compra del voto. Este atentado contra el derecho de ciudadanía era practicado por los Nazis en forma más violenta, al quitarles sus cédulas a los prisioneros de los campos de concentración La cédula era y sigue siendo un símbolo, pues, del “distanciamiento” como expresión de respeto que esos movimientos políticos violentos anulan para poder controlar mejor los deseos y la voluntad de sus víctimas…
Es más fácil guardar distanciamiento físico cuando cada persona ejecutas separadamente lo que Charles Taylor llama actos monològicos, (hechos y expresados por una sola persona). También puede intentarse guardar distancias, aunque es mucho más difícil, si no imposible, cuando se trata de un comportamiento encarnado en acciones de coordinación con otros, por ejemplo, cuando se ordenan de tal modo que uno barre y otra bota la basura; ciertas acciones requieren, además, de un agente integrado, por ejemplo, cuando dos personas se ponen a aserrar un tronco o cuando se ponen a bailar. En este caso el distanciamiento físico es sumamente difícil de guardar.
En este caso aparece el ritmo como característica esencial de las acciones compartidas, en las cuales cada gesto apropiado tiene cierta fluidez. Si se pierde la fluidez se cae en la confusión. Ahora bien, esta comprensión encarnada en el cuerpo también se da cuando se trata de acciones en grupos, no sólo cuando se dan acciones coordinadas con ritmo, sino también cuando se trata de conversaciones o acciones dialógicas durante las cuales la comunidad comparte una tarea común.
Estas propiedades de las acciones compartidas también las explotaron los Nazis en los campos de concentración, cuando, para burlarse de las acciones coordinadas o con ritmo en grupo, obligaban a ciertos grupos de prisioneros a trasladar en común unos ladrillos del extremo norte al extremo sur de un galpón y, al terminar, de nuevo los obligaban a cargar los mismos ladrillos y trasladarlos a la dirección contraria durante varios días, al cabo de los cuales estallaban entre ellos patologías psicológicas, que un famoso psiquiatra que se encontraba entre las víctimas describió posteriormente como el producto de acciones sin sentido.
En suma, el distanciamiento no sólo puede comprenderse teóricamente, sino también por medio de lo que Taylor (2) llama la comprensión práctica encarnada, y se puede incluso tratar de distorsionarla y burlarse de ella, como hacían los nazis. Pero lo interesante es que también se puede usar para hacer comprender una meta común como vital para el grupo o comunidad, no solo la del distanciamiento físico con motivo de la pandemia, sino también la del distanciamiento moral de los delitos del sicariato y de la corrupción política..
Pues también en el caso de los sicariatos el hecho de que los que son testigos de ellos a veces traten esos sucesos ligeramente como algo común y “cercano”, sin tomar “distancia” de ellos, por ejemplo, al comentar que “seguramente la víctima pagó un delito o una deuda que debía”, indica que se cree comprenderlos de modo práctico, como acciones de venganza. Pero la venganza puede disparar cadenas de delitos imparables. Pero ¿Cómo puede depender la oportunidad de la paz de que dejen de caer asesinados en la flor de la edad jóvenes de los que todos dijeron, al ver su cadáver: “algún delito cometió”?
En su obra: “La promesa de la política” Arendt medita sobre lo que significa “comenzar”, pero lo hace después de reflexionar sobre la “gran audacia” del concepto de “perdón”, que en vez de incitar a culpar al otro y de arrojarle a la cara la falta y la necesidad del castigo, suscita virtudes opuestas, como la magnanimidad del vencedor que trata a los vencidos sin resentimiento ni ánimo vengativo.
Ahora bien, el concepto de perdón pretende según Arendt (3), lo imposible: “deshacer lo que se ha hecho” (p. 93) y eso se debe al cristianismo, pues, aunque esta religión llegó en ocasiones a olvidar este concepto, por ejemplo, cuando se dieron las atroces masacres cometidas por los conquistadores españoles contra los indígenas denunciadas únicamente por el padre Bartolomé de Las Casas y por las que el Papa Juan Pablo II pidió públicamente perdón, a pesar de eso la idea del perdón sigue viva en las culturas que fueron fueron testigos de que a lo largo de la vida se comprende, como dice Arendt, que “en la acción, nunca sabemos lo que estamos haciendo, pues se puede querer el bien y hacer el mal, sin que eso necesariamente dependa del sujeto de la acción”.
En conclusión, si no interpretamos mal la idea de Arendt, la acción está determinada por condiciones que la hacen finita, sometida a la contingencia y al azar y puede equivocarse, fracasar, y por eso existe el “perdón” y después, la capacidad de “comenzar de nuevo”. Capacidad que las sociedades violentas niegan a los jóvenes asesinados en medio de las batidas de las pandillas.
(1) Debo a conversaciones con el profesor Wadit Diaz. Abdoullah el conocimiento de la la “sonoridad” o característica de cierto tipo musical propio del Caribe que ha sido definido en la página web “La Esquina del Caribe”, dedicada al tema,
(2) C, Taylor Argumentos filosóficos. Barcelona, Paidós, 1997, pp.226 y ss.
)3) Hanna Arendt, La Promesa de la Política, Traducciones de Eduardo Cañas y Fina Birulès, Paidós, Barcelona, 2008